No discriminación e igualdad de oportunidades son los pilares en los que descansa la educación inclusiva, temas que parecen sencillos en el discurso, pero que en la práctica se ven enredados en un complejo sistema de exclusión social.
Exclusión que se profundiza cuando nos referimos a los y las niñas con discapacidad. El sistema educativo salvadoreño fue diseñado como un modelo de competitividad, en el que unos pocos destacan y el resto queda relegado.
En esta competencia los niños y las niñas que poseen deficiencias físicas, mentales, intelectuales o sensoriales ven imposible su formación, debido fundamentalmente a la discriminación, la falta de maestros capacitados y a una infraestructura escolar inaccesible.
Erradicar esta visión segregadora de la sociedad implica un cambio filosófico en el modelo educativo. No basta abrir la matricula, el Estado debe asumir una estrategia que genere las condiciones idóneas para recibir a los niños y las niñas con discapacidad en las escuelas regulares.
No podemos hablar de derechos, si en la realidad las personas tenemos desiguales oportunidades para acceder a ellos.